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En medio de una noche un trío de chicas divisa en el cielo unas luces fosforescentes muy parecidas a las auroras boreales. El tema es que no están en el extremo del hemisferio norte, sino en un velero en el Río de la Plata durante otro diciembre que se asume húmedo y fatal. “¿Che, ¿alguna vez visto algo así?”, se pregunta una del grupo. Hasta entonces su mayor inquietud pasaba por las restricciones de un alquiler veraniego dentro de una aplicación digital. “¡Somos mujeres!”, se habían envalentonado sin saber que el mundo estaba a segundos de alterar su curso para siempre. La escena que abre El Eternauta (estreno este miércoles por Netflix) es una fortísima declaración de principios por parte de Bruno Stagnaro, máximo responsable de la largamente esperada adaptación de la obra firmada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. Ergo, no habrá guionista de historietas recibiendo una visita fantasmagórica en su chalecito, y con el correr del metraje brillarán por su ausencia las derivas del Continuum 4 o el temblor provocado por los Gurbos, solo por mencionar algunos pasajes de este clásico de la ficción local. Está lo central: la necesidad de contar una aventura en esquinas muy reconocibles y reconstruir a ese “gran héroe argentino que es Juan Salvo”, a decir de su director.
Los seis episodios que conforman esta primer arco de El Eternauta funcionan como una transposición radical en cuanto a sus licencias de lenguaje, narrativa, argumento y personajes. La raíz de la obra madre, empero, es tan elocuente como el bigote de Favalli. Hay una invasión alienígena y los sobrevivientes, hombres y mujeres comunes, deben tomar decisiones inminentes para no perecer. El relato tiene como protagonista a un Juan Salvo (Ricardo Darín) que, a diferencia del original, ya pasó los sesenta años y lidia con los recuerdos de una hecho bisagra de nuestra historia. Otra lectura es posible. Se avizora al comienzo con las imágenes que descolocan al personaje principal y toma mucha más fuerza en el grand finale. Juan Salvo ya estuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, el propio Oesterheld había definido a su personaje más emblemático como un “navegante del tiempo, viajero de la eternidad, peregrino de los siglos”, enroscado con las coordenadas de acá nomás. Ahora le tocó caer en la segunda década del siglo XXI.
Los puristas de la historieta maldecirán varias de las estrategias tomadas por el director y guionista (junto a Ariel Staltari), que ya había adelantado a este diario. Para el resto, neófitos o no, lo imponente surge de ese cruce entre ciencia ficción con lo familiar. El almanaque marca fin de año, y entre el sopor veraniego, un corte de luz interrumpe la partida de truco de un grupo de amigos. ¿La primera explicación para la nevada? Es el asbesto producto del incendio de una central eléctrica. La toxicidad dará paso a la prematura partida de uno del grupo y la salida de Salvo enmascarado en los alrededores de Martínez. Vaya si el final del piloto, con el cine Bristol de avenida Santa Fe como postal más identificable, genera escalofríos en cualquiera que haya pasado por ese rincón de zona norte.
Durante los tres primeros episodios es donde la estructura se separa más del original, posiblemente, para darle mayor espesura a los vínculos entre los personajes y al seguimiento en tiempo "real". La decisión de los creadores fue la ir a fondo con la exploración de esa "ley de la selva" que detectaba el Favalli de la historieta. Inteligentemente, reaparece el eco de lo sucedido en 2001y la civilidad en rojo. Acá una reunión de consorcio puede terminar en una masacre y los vecinos están dispuestos a tirotearse por una máscara, una botella de agua o un remedio. El mismo Juan Salvo de la serie resulta -al menos en un comienzo- bastante más agrio que el de la historieta. Más de uno le recordará, justamente a él, quien ya sabe lo que es estar en combate y no le falta arrojo para enfrentarse a los tiros, que "nadie se salva sólo". “Si hay alguien que está preparado para afrontar esto es él”, dirá Lucas Herbert (Marcelo Subiotto), sin dudas la reconversión más significativa del cuarteto inicial junto a la de Favalli (Cesar Troncoso). El Tano (Mario Bros a la vista de un grupo de adolescentes) deja su carácter profesoral para ser un guerrero analógico que quiso ser motorman, radio operador, y encontrará su rol como escudero de Salvo. “Lo viejo funciona, Juan”, será una de sus grandes frases que definen a Favalli, Ingeniero electrónico, ahora casado, con algo de síndrome de Diógenes. Lo más cercano a un prepper estadounidense pero forjado a las enseñanzas técnicas de la revista Lupin. Esa máxima, a su vez, resuena en toda la propuesta con una puesta en escena decididamente añeja. Con un Mehari, Estanciera o un Torino como resguardo móvil, y personajes bastante oxidados, pero conscientes de que deben salir a la acción para enfrentarse a los bichos, ejem, cascarudos.
La trayectoria de Juan Salvo y cía, entonces, resulta más errática que la concebida por Oesterheld. Apenas si pueden pasar la General Paz y tantear un par de cuadras hacia la capital. "Saavedra es Kosovo", se escuchará por allí. Los motivos por los que salen del refugio en zona norte también responden a otra naturaleza que la de los cuadritos y de la que no cabe adelantar demasiado. Recién en el último episodio, un plan suicida los lleva un par de kilómetros más adentro de la capital. Toda la operativa de Stagnaro pareciera ser la de tantear lo más célebre de la historieta, buscar otros terrenos, sean geográficos, temporales y estéticos, deformarlos y apropiárselos hasta donde sea posible. De hecho, El Eternauta también dialoga con el resto de su producción audioviusal televisiva y cinematográfica. Desde la reaparición de algunos actores fetiche (Jorge Sesán o Dante "el negro Pablo" Mastropierro) a las derivas de Okupas. De hecho, el personaje de Omar (Ariel Staltari), disruptivo y ajeno a las reglas que impone el grupo, bien podría ser el rolinga de Okupas más de dos décadas después. Amén del código de ciencia ficción, su registro mantiene la conciencia de lo doméstico. Lo mismo vale para ese farwest corrosivo y conurbano que resultó Un gallo para Esculapio. La cuestión Malvinas, por otro lado, ya era un tema para el realizador desde su germinal cortometraje Guarisove, los olvidados.
Todo en este Eternauta puede ser modificable. Sin la Guerra Fría y las películas clase B de la década del ’50 como referencia, el equipo creativo de esta versión decidió darle un mayor lugar a los personajes femeninos (sin duda una de las cuestiones más reprochables del original). Elena (Carla Peterson) ya no es una ama de casa en plan Penélope, sino una doctora muy útil en ese contexto apocalíptico. Ana (Andrea Pietra), la esposa de Favalli Omar, es la conciencia en tiempos aciagos. Clara (Mora Fisz), la hija de Salvo entrega al menos dos de los grandes cliffhangers argumentales. Inga (Orianna Cárdenas), otro personaje inventado, tiene bastante del Franco de la historieta, en el sentido de venir de otra extracción social y un trabajo más amoldado a estos días. La chica no tiene background fabril, sino una bicicleta con la que trabajaba como repartidora.
La banda sonora es otro estandarte de El Eternauta por Stagnaro. El reloj, El mató a un policía, Billy Bond, Mercedes Sosa dibujan un inconsciente -y héroe- colectivo de un nuevo tipo. Será Manal, especialmente en una secuencia arriba de un tren de carga, quien termina de darle sentido a esta versión con postales de un nuevo tipo. Un avión Hércules derribado sobre el viaducto Carranza, la parroquia de San Isidro Labrador en llamas, la General Paz que ha mutado en un cementerio de automóviles, y con Juan Salvo siempre yendo hacia adelante.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/821922-el-eternauta-por-netflix-heroe-colectivo-en-el-siglo-xxi