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“Time one, you kill”. La voz del legendario trompetista Charles Tolliver se acompañaba de un movimiento rápido con unos palillos. “Hacelo como Elvin”, lo incitaba a Santiago Lacabe, que ensayaba con él y su banda para unos conciertos en La Trastienda, en 2011. Perplejo de felicidad y miedo, Lacabe no podía entender el modo con el que invocaba a uno de sus ídolos. Amante del fútbol y de Elvin Jones en iguales proporciones, tampoco comprende cómo en otro momento de su trayectoria supo tocar con otra leyenda, el grupo de rock Alma y Vida, y así metió groove a esas canciones que sonaban en la infancia, con sus padres en la platea.
El sueño de futbolista profesional se frustró tempranamente. Santiago Lacabe creció en familia de músicos, iban a la parroquia donde había otros como ellos y desde ahí su fe en Dios creció a la par de la batería y el fútbol. En su barrio de Ciudad Evita, compartía mañanas enteras en el living con su hermano Juan, zapadas de batería y piano. Santiago hacía sonar cualquier cacharro hasta que a los trece años empezó con su primer maestro, Gabriel. “Venía de la escuela del enorme Norberto Minichillo, qu además era hincha fana de Independiente como yo”, narra el baterista, docente y compositor que hoy ya pasó los cuarenta y acaba de lanzar Presvicio, su tercer disco luego de Behind the Beat (2017) y JusticiAdivina (2022).
Aún conserva la batería Tama Rockstar color bordó con la que tomó su primera clase. A fines de los noventa, su formación se nutrió de dos referentes: Marcelo Blanco y Pepi Taveira. Aprendió técnica y sonido, energía y ritmo. El jazz asomó como el campo predilecto y se viene a la memoria el primer cassette virgen grabado, un TDK de noventa minutos (lado A, The Complete Louis Armstrong-Duke Ellington Sessions y lado B, Kenny Drew Trío with Paul Chambers & Philly Joe Jones). Con el tema “Blues For Nica” siente que experimentó por primera vez el swing escuchando el rulo de press roll de Philly Joe y la salida al walking de Paul Chambers. “Rebobinaba y volvía a escuchar, siempre con el mismo resultado: piel erizada. Con el tiempo comprendí que en el momento justo en el que empezaba el solo de piano y se lanzaban a la improvisación, se abría la caja de pandora y salían los ángeles a bailar”, dice quien, además de su quinteto, dirige el Cuarteto NoMondongo.
A sus veinte llegó a sus manos el libro Black Music, de Leroi Jones, en forma de fotocopias encuadernadas y en inglés. Una década después, un profesor dio unos capítulos para leer en el conservatorio. “Quedé impactado por el libro, me movió el piso, contiene declaraciones muy fuertes de índole social y musical. Hablaba de cómo vivir la música, algo espiritual que me empujaba, sin medias tintas”. Destaca un capítulo que habla del cuarteto de John Coltrane en el Birdland, año 1964, y otros pasajes referidos a Elvin Jones y su modo de tocar. Cada vez que tenía que salir a tocar lo releía previamente, con la batería armada al lado de la cama: “Estaba enceguecido, sólo quería experimentar esa sensación de dejar la vida tocando, como Elvin”.
En 2003, cuando vivía en Barcelona, escuchó a Jones en vivo poco antes de su muerte. Se llevó sus palillos y una foto con su sonrisa abierta. Nombra a otros maestros como Pablo Bobrowicky y Enrique Norris. “Ellos me enseñaron a pensar, sentir y comprender la música en su totalidad, más allá de lo bien o mal ejecutado. Un día le comenté a Enrique mi inquietud de sumergirme en el mundo de la composición, algo que me parecía lejano. Él me respondió con la picardía que lo caracterizaba: ‘Bueno, empezá por la primera nota… y seguí por la segunda’”. La raíz africana fue su búsqueda primordial. Desde 2014 trabaja en la Escuela de Percusión Tradicional Africana Dara Chosan, con el maestro senegalés Abdoulaye Badiane y el estudio del djembé, la tradición y la cultura africana. Suele escuchar, entre sus favoritos, a Ali Farka Touré, Toumani Diabaté, Touré Kunda, Cheick Lo.
Le gusta cómo se acomodan la rítmica africana, el juego de los timbres y las voces de los vientos en la flexibilidad del jazz. Allí está el arranque a lo Dave Holland en “Afrodita”, el primer tema de Presvicio, y luego surgen baladas como “Dios padre” o “Dos hojas”, con el tono crepuscular de la trompeta de Juan Cruz de Urquiza, un arreglo del emblemático standard “Moon River” de Henry Mancini o la potencia rítmica de “Ella es saltarina”. Allí se abre un diálogo entre el contrabajo de Jerónimo Carmona y el piano de Nicolás Boccanera y la sutileza de Inti Sabev en clarinete. Un jazz que va de climas atemperados a sombríos, de bases tradicionales y un despegue hacia cruces contemporáneos, con músicos en su grupo de enorme talento.
Lacabe vive practicando frases rítmicas en el volante de su auto. “Hago unos cuatro u ocho compases en un semáforo y me ayuda a vivir mejor”, bromea y su sueño es conocer la música callejera de New Orleans. De los bateristas rescata un largo listado: Louis Moholo, Tony Allen, Andrew Cyrylle, Hamid Drake, Roy Brooks, Brian Blade. De los clásicos del jazz, Duke Ellington, Armstrong, Monk, Mingus, Miles, Coltrane, Art Blakey, Don Cherry. Y de Argentina, Charly y Spinetta. Al jazz argentino últimamente lo siente demasiado académico. “Hay muchísimos músicos y, en cambio, un sonido bastante homogéneo. Siento que en la imperfección radica la individualidad. Es curioso, pero encuentro algo de originalidad en mi música en todas las frases que suenan ‘feas’ o que no suenan a Max Roach”.
Escuchar a artistas que uno admira, dice, motiva a la vez que castiga. El otro riesgo es repetirse a sí mismo. Y el tercer desafío es aceptar ser un músico argentino, con los barrios y los sonidos alejados de los tópicos norteamericanos. “Los lugares de intercambio informales son cada vez menos, la gente, en su mayoría, ya no escucha discos, casi no se toca en las calles o de manera gratuita. Cuando se producen conciertos, creo que se piensa bastante más en el efecto que en la música, hasta la vestimenta llega a ser más importante a veces. Me da la sensación de que se apunta casi exclusivamente a una clase social económicamente acomodada”, critica, y cuenta que junto a su amigo Pablo Vázquez crearon un lugar de encuentro en Parque Patricios, donde dan clases a precios populares y organizan jam sessions.
La personalidad del baterista se mueve entre lo abstracto y lo concreto. A veces canta algo mientras toca, otras veces compone en el piano, frecuentemente aparece alguna línea de bajo, algún riff. El blues, el jazz, el hard bop, la avant garde, la música de New Orleans, la música africana, el rock. Melodías potentes y directas, alejadas de las disonancias. Así es como Santiago Lacabe ejecuta una música tan inquietante como redonda, de dinámicas impensadas y un universo multidimensional.
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