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20/4/2025

La baterista Emiliana Arias, al rescate de sonidos guardados en la altura

Música legendaria, percusionista y luthier rosarina, acaba de sumar una nueva pasión a su ecléctico recorrido a través de la escritura y de un relevamiento exhaustivo de los campanarios de su ciudad.

Emiliana comenzó su investigación sobre las campanas en 2018. Foto: Lucía Rubiolo.
Emiliana comenzó su investigación sobre las campanas en 2018. Foto: Lucía Rubiolo.


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Es autora de "La ruta de las campanas", un libro publicado por la Editorial Municipal de Rosario

La baterista Emiliana Arias, al rescate de sonidos guardados en la altura

Música legendaria, percusionista y luthier rosarina, acaba de sumar una nueva pasión a su ecléctico recorrido a través de la escritura y de un relevamiento exhaustivo de los campanarios de su ciudad.

La escalera de aquel campanario, cuenta Emiliana Arias, era alta y sinuosa, como multiplicada al infinito. Casi un cuadro de Escher, el artista neerlandés. Pero estos no eran los Países Bajos sino Rosario al sur. Llegar a las campanas por esa escalera parecía imposible: no solo era empinada sino que, en su tramo final, los peldaños se habían venido abajo. De todos modos, Emiliana dejó atrás a un amigo que la acompañaba y a la secretaria de la iglesia Nuestra Señora de la Merced, que intentaba advertirle el peligro. Finalmente, comenzó a hacer equilibrio por una canaleta del techo, donde solo cabía un pie a la vez. Con su camarita y su grabador al cuello, no miró el vacío hasta que alcanzó la torre al otro lado. Y al asomarse por un hueco, logró atisbar las campanas mudas que parecían esperarla como reinas impávidas.

La ruta de las campanas, al cuidado de la Editorial Municipal de Rosario, tiene unas cuantas de estas anécdotas. Es que Emiliana (baterista legendaria de Rosario, percusionista, luthier autodidacta y autora de este libro) busca relevar desde 2018 la existencia de campanas en la ciudad donde nació a fines de los años setenta. Un proyecto que ella define como “el trazado de un mapa sonoro” empeñado en valorizar las campanas como bienes materiales pero también, como patrimonio simbólico; sutil entramado de sonidos en espacios urbanos donde los ruidos estridentes del progreso desarman el tañido de aquellos objetos venerables que señalan el paso de la horas.

“Al principio, el libro era una acción más en el marco de un proyecto que presenté al Concejo Municipal para poner en valor las campanas y su sonido. Entre otras acciones, esto incluye conciertos. De hecho, hace pocas semanas hicimos uno, compuesto por Ezequiel Diz, en once campanarios de la ciudad de los casi treinta que tengo relevados,” cuenta Emiliana con entusiasmo, al otro lado del teléfono, mientras evoca iniciativas similares llevadas adelante por otros músicos. El Cuchi Leguizamón, por ejemplo, organizó el primer concierto de campanas que se hizo en Salta en 1963. Mucho más acá, Federico Orio (miembro de la última banda de Rosario Bléfari) también viene llevado a cabo una propuesta similar en Buenos Aires y otras ciudades del mundo.

“Fui reuniendo información de los campanarios por barrio, por características, haciendo gráficos, sumando pequeñas anécdotas. Pensaba el libro como una guía que pudiera ser, también, un mapa sonoro. Pero la escritura transformó la investigación. Al fin, el entusiasmo era tal que solo quería escribir: me sentía presente, compenetrada con lo que estaba pasando. Creo que algo así solo me había pasado cuando empecé a tocar la batería”, confiesa.

Eso, lo de la batería, ocurrió cuando Emiliana era una adolescente con un corazón roto por una novia de la secundaria. El drama escaló lo suficiente como para que abandonara la escuela. Su padre, a cargo de un taller mecánico y amante de la música, no preguntó demasiado: le compró la batería, la dejó ensayar todo el día, nunca le dijo que eso “no era para mujeres”. Cuando él falleció, ella se hizo cargo del taller para construir instrumentos “de los que no conseguís en un negocio”, según explica. De ahí salió Yunque, el taller de luthería donde esta artista hace sus propias exploraciones sonoras. Ese nombre evoca, entre otras cosas, aquel yunque donde golpeaban los martillos que Pitágoras escuchó y que lo llevaron a crear un monocordio para estudiar los intervalos musicales que desde aquellos lejanos días griegos se utilizan hasta ahora en Occidente.

El libro, de hecho, es una exploración lúdica, con alusiones históricas y personales. Allí se incluye, entre otras vivencias, un viaje a San Carlos Centro, al norte de Santa Fe, para conocer la última fábrica de campanas que existe en Sudamérica, fundada en 1892. Y otro a Motta Camastra, el pueblo siciliano y montañés donde se filmaron algunas escenas de El Padrino y donde Emiliana terminó aprendiendo a fabricar cencerros. Pero al mismo tiempo, La ruta de las campanas sigue los pasos del under rosarino en los noventa, donde ella encontró su espacio de pertenencia escuchando bandas punk y hardcore de aquí y de allá como Fun People, Las Manos de Filippi, Catupecu Machu, entre otras. Mientras tanto, el taller que había sido del dibujante Luis Bras fue alquilado tras su muerte por Max Cachimba y la poeta Beatriz Vignoli y se convirtió en centro de performances y recitales en medio de una comunidad artística subterránea de la que Emiliana devino parte persiguiendo su propio ritmo. “El sótano terminó como sala de ensayo de Ernesto y su Conjunto, la banda de la que Max era guitarrista, y también de Violeta Plástica, la banda que había formado con Pablo Dacal a la que me sumé como baterista”, relata.

Ahí conoció a Carlos Luchesse, otro de los integrantes de Ernesto y su Conjunto: “Era un genio de la improvisación, baterista y percusionista de free jazz experimental, vanguardista furibundo”, evoca Emiliana. “Una vez lo vi tocar en Sala Lavardén un set de cuatro o cinco calefones cilíndricos de más de medio metro de altura que había encontrado tirados esa misma tarde a la vuelta del teatro y había hecho colgar del techo del escenario”. A ella le fascinó la audacia de Luchesse: “Cuando tocaba la batería, sus improvisaciones complejas eran difíciles de descifrar. En la música, uno suele encontrar patrones rítmicos pero eso era casi imposible en él”.

Las únicas grabaciones que existen de Luchesse son ensayos e improvisaciones nunca editados. Sin embargo, ese sonido dejó una huella intensa en los toques de batería de Emilia, ajustadísmos y salvajes. Más o menos a los 19, ella se convirtió en la baterista de Coki & The Killer Burritos, en la época donde esa banda incombustible con Coki Debernardi al frente, terminó grabando dos de sus mejores discos: Un millón de dólares falsos (2001) y Perdida (2007). También ha tocado con Juani Favre, Los Parrilleros del Paraná y Tomás Boasso, entre otros. Cualquiera que haya visto a Emiliana en vivo con su gesto tan concentrado como feroz, no ha podido menos que desear algo de esa magia.

La ruta de las campanas mantiene aquel impulso vital. “Subir a un campanario es la gran travesura: cuanto más chances de caerme, más interesante”, afirma. Su percepción de los bordes se ha modificado, reconoce. Ahora encuentra en su proyecto de las campanas un llamado hacia una nueva aventura, incierta como las anteriores, pero más leve. Igual de auténtica.

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/818434-emiliana-arias-baterista-al-rescate-de-las-campanas-de-rosar