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Una poeta mayor, estudiosa de la escritura, la literatura y las religiones de Japón, escribe verso a verso, desde hace más de cincuenta años, una de los obras más singulares de la poesía argentina. La publicación de Boomerang Naturae. Poesía reunida (1976-2022), de Liliana Ponce, uno de los acontecimientos editoriales de este año, vuelve a poner en circulación, en un único volumen editado por Emecé, varios poemarios inhallables, como el inicial Trama continua (1976), Composición (1984) y Teoría de la voz y el sueño (2001). Esa singularidad pareciera derramarse también en la periodicidad: ocho años entre el primer y segundo libro; diecisiete para que viera la luz el tercero. Lejos de la ansiedad por “estar en el candelero”, la poeta avanza en su búsqueda incesante a su manera y con sus tiempos, algo que la distingue en contraste con su pareja, el escritor César Aira, que tiene publicados más de 110 libros.
En la contratapa de la Poesía reunida, que incluye varios inéditos en la sección “Otros poemas”, Julián López destaca que los poemas de Ponce “respiran con la potencia de la hondura, la sensibilidad y la belleza de la orfebre concentrada en su faena porque vislumbra que en la minucia conmovedora del trabajo con la lengua hay un destino trascendente”. En el prólogo del libro, Valeria Melchiorre contextualiza la obra de la poeta en la “bruma de esa estela que ha dejado la poesía no póstuma de Alejandra Pizarnik entre las poetas argentinas de su generación”. En cuanto a la especificidad, la prologuista la ubica en espacios reconocibles. “A espaldas de lo que se dirimía en esa contienda ficticia entre neobarrocos y objetivistas en la década del ochenta en Argentina, Ponce arrastra desde el vamos imágenes de un surrealismo no programático ni parangonable con el que han cultivado las voces mayores del surrealismo de su país. En algunas de sus zonas, es verdad, se apela a equiparar la poesía con un ritual; elementos de liturgias paganas y creencias esotéricas minan ese campo sembrado de piedra y agua, ventana y ruta”.
Sonríe con los ojos y destila una expresividad y curiosidad en la que se adivina la niña que fue. Ponce, que nació en Buenos Aires en 1950 y egresó de la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires, conoció a su marido, el escritor César Aira, en la facultad, a fines de los años 60, y se casó con él en 1979. Desde muy joven se vinculó con los grupos en torno a las revistas Último reino y La Danza del Ratón; después con la revista tsé-tsé. Desde que le diagnosticaron esclerosis múltiple en 2016, su movilidad se fue reduciendo. En el living de un departamento de la calle Pedro Goyena y Pumacahua, confiesa que se siente como “una pasajera en tránsito” porque extraña su casa de la calle Bonorino y Bonifacio, un segundo piso por escalera que tuvo que dejar para mudarse a este espacio amoblado en el que no tiene que lidiar con la complicación de subir y bajar escaleras en silla de ruedas.
Melchiorre distingue una “poesía de paisaje y de pasaje”: “lo transitorio afecta cuanto haya de permanente, cuanto corra el riesgo de entumecerse”. La prologuista encuentra un ejemplo: “En un vaso de agua se esconderá esta estación tan larga, o se doblará con el viento sobre el río”, imagina el yo de Fudekara. “La escritura será el lugar de esta tensión, la cita paradojal: un umbral que se atraviesa al velarse y desvelarse la palabra”.
En los poemas de Ponce conviven versos muy largos con otros más cortos, articulados en series numeradas, como si dispusiera una forma de integrar lo visual con lo auditivo; lo que se lee con la música interna de lo leído. “El vuelo de metal del pensamiento/ ha dejado atrás/ al cuerpo de pie/ ---dispersa sus partes destrozadas en el agua”. Sensibilidad, deslumbramiento y un tono que encandila. “Oigo una voz a la medianoche,/ cuando el sueño parece vencerme,/ cuando aún mis párpados están entreabiertos.// Oigo una voz y también veo la figura de la mujer/ que asoma a la puerta cerrada ---es mi madre.// La miro y me mira antes de retirarse,/ la veo aunque sé que está en el pasado/ y la noche indulgente la envuelve en sombras”.
Saltar una especie de tabú
“Publicar la poesía reunida fue como saltar una especie de tabú porque había tenido varias propuestas para hacerlo, y no me animaba porque siempre la asocié al fin de la vida. Dada mi situación, tomé conciencia de que era una pena desaprovechar esta oportunidad, pero fue una lucha interior hasta que acepté. También me di cuenta de que saca poesía reunida mucha gente joven”, dice esta investigadora y estudiosa de la cultura de Japón, que editó el libro El teatro noh de Japón (2002), que incluye un artículo de su autoría; “Arte y artificio”; publicó Introducción al teatro clásico de Japón (2021); prologó Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata (2024); realizó traducciones de poesía clásica japonesa y tuvo a su cargo la traducción de Correspondencia (1945-1970), de Kawabata y Yukio Mishima (2003).
Liliana revela que no se preocupó demasiado por hacer circular sus libros. “Siempre publiqué por presión, nunca por mí misma. Nunca se me ocurrió armar un libro y presentarlo. Nunca”, afirma la poeta que publicó su primer libro Trama continua porque ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 1976. “No tengo la ansiedad de publicar”, agrega, y sabe que es una rareza en su generación, los nacidos en los años 50 del siglo pasado. Composición salió por el estímulo de Víctor Redondo, poeta y editor de Último Reino; Teoría de la voz y el sueño y Fudekara por el aliento y la insistencia de Reynaldo Jiménez, poeta y editor de tsé-tsé.
-¿Qué pasó cuando volviste a releer tus primeros libros para la edición de tu poesía reunida?
-Me di cuenta un poco del cambio de estilo (no sé si es la palabra exacta), de la construcción de los textos; hay un cambio de ejes, y yo lo veo. En los primeros libros estaba más presente el tema de la lengua, de la palabra, el cuestionamiento y el uso del espacio, que después, con el tiempo, no lo he hecho más. La naturaleza siempre me interesó, pero también creo que es un poco generacional. El libro Composición fue escrito en dictadura prácticamente; Roxana Páez, una amiga poeta que vive en Francia, me dijo que tiene muchísimas referencias a lo oscuro. No era explícito, pero hay muchísimas imágenes que intuitivamente ponía de las vivencias de esas oscuridades y miedos.
Al principio no estaba muy impregnada por el surrealismo. Incluso sentía cierto rechazo, sin saber por qué. Los primeros poemas los escribió en la adolescencia. Aunque le gusta leer narrativa, dice que no tiene cabeza para poder escribir un relato o una novela. “Ser poeta es una manera de ver el mundo que no tiene el narrador, que prioriza la sucesión de la historia y una forma de organizar el material. El poeta, en cambio, se centra en el ‘yo’ y la experiencia personal. Ha habido algunos casos como Lezama Lima, que tiene una narrativa y una poesía maravillosas. Pero lo que sucede en general es que si es bueno en una cosa (poesía) no me parece bueno en la otra (narrativa). Proust es casi un poeta, pero prevalece en la narrativa”.
En los últimos años empezó a darle mucho más peso a lo musical en el poema. “Aunque no se pueda creer, es como un ritmo que viene del interior. El poema viene junto con la palabra. Yo prácticamente no corrijo, salvo excepciones, alguna cosita; pero el ritmo viene junto al poema”. Antes de que Flores fuera su barrio, vivió en Belgrano, donde frecuentaba la biblioteca Leopoldo Lugones, sobre la calle Pampa. De esa biblioteca pidió prestado Molino rojo, de Jacobo Fijman, cuando no existían las fotocopias. “Pensá que soy una señora ya mayor -aclara con una risa suave como el algodón-. ¿Podés creer que me lo tipeé todo en la máquina de escribir? Lo quería tener y era inhallable. Aparte de los libros que podía comprar, siempre usé mucho la biblioteca pública”.
Japón y una forma de mirar el mundo
Liliana recuerda que cuando se recibió de licenciada en Letras decidió aislarse “para preservarme”. Durante muchos años optó por no tener contacto con lo académico porque prefería priorizar lo artístico. “Cuando volvió la democracia, en el Instituto de Literatura en la calle 25 de mayo se abrió un curso para estudiar hindi. Cursé dos clases, pero la profesora tuvo que regresar a la India por un problema familiar. Y no volvió. Una amiga me comentó que estaba por llegar un profesor de México especializado en Japón a dar unos seminarios y necesitaban un grupo de ocho o diez personas para que se abriera el seminario”. Entonces se anotó en ese seminario que dio Guillermo Quartucci (1943-2024), argentino exiliado en México, referente en los estudios de literatura japonesa moderna y contemporánea.
Al seminario de Quartucci se sumó el estudio de la lengua japonesa en el Centro Cultural Rojas; pero tuvo que dejar porque trabajaba muchísimo de correctora en distintas editoriales y entonces continuó estudiando el idioma con una profesora particular. Como estudiosa de la escritura, la literatura y las religiones del Japón, colaboró como investigadora adscripta en la sección de Estudios Interdisciplinarios de Asia y África, fue miembro adherente de la Fundación Instituto de Estudios Budistas (FIEB), es miembro de La Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África (ALADAA) y fue incluida como investigadora en el Directorio de Estudios sobre Japón en Hispanoamérica.
“Nunca quise abandonar la poesía, la literatura, así que lo académico siempre lo hice hasta ahí para que no me invadiera la escritura”, explica la poeta y precisa que el contacto con la literatura japonesa y el budismo no cambió su poesía porque “lo que escribo no se parece a las formas poéticas del japonés; sí creo que influyó en la forma de observar el mundo”. Aunque no practica ninguna religión, tiene una preferencia por el budismo, la meditación y la contemplación “a mi modo”, subraya.
“Aprovechar lo máximo que pueda”
Desde que le diagnosticaron esclerosis múltiple, la vida de Liliana cambió. Ella, siempre tan autónoma, hace un tiempo que no puede caminar. A sus amigas y amigos los cita a la tarde, cuando está mejor, porque por las mañanas siente más la rigidez de la enfermedad, el dolor. “Es una enfermedad muy complicada, muy difícil de explicar. No todos los síntomas son simultáneos. Te afecta la visión a veces; es lo que llaman neuropatía óptica. Me cuesta manipular los cubiertos y comer. En pandemia, cuando todavía vivía en la otra casa, podía hacer un montón de cosas sola. Si me pongo a protestar contra el destino, pierdo tiempo”, afirma con una convicción inapelable. “Cuando me dieron el diagnóstico, obvio que fue un shock. Pero después me di cuenta de que tengo que aprovechar lo máximo que pueda”.
Aunque sigue escribiendo, la escenografía cambió. “Yo iba al bar a escribir, todos los días, mañana y tarde. El 99,99 por ciento de mi poesía reunida la escribí en bares. Yo escribía en el Pumper Nic, mirá lo que te digo, y en los últimos tiempos he ido al McDonald's -repasa un itinerario que extraña-. Con mi marido decíamos ‘vamos al estudio’, y el estudio es el bar. Una amiga me decía: ‘¡pero qué presupuesto en cafecitos!’”. El marido, Aira, como lo hacía ella cuando podía, escribe en los bares de Flores. “Ahora escribo en horas de la noche, después de cenar”, explica, porque es cuando mejor se siente.
“Reynaldo Jiménez, editor de tsé-tsé, me dijo: ‘tu poesía es diferente’. Yo no busqué la originalidad, pero es cierto que mis poemas son un poco diferentes. Me parece un elogio enorme que digan que mi poesía es original. No es que pensé en hacer algo revolucionario. No es una originalidad que cambie radicalmente la estructura de la poesía o que signifique dar vuelta la página”, plantea y comenta que su poesía puede dialogar con la de Juan L. Ortiz, también con Olga Orozco por la extensión (aunque no se sienta tan identificada con sus poemas), y de los poetas contemporáneos con Fabián Iriarte.
¿Aira lee sus poemas? ¿Liliana lee las novelas de su marido? “Nos leemos ya publicados, nunca compartimos los originales -confirma algo que ella asume que puede resultar un tanto desconcertante-. Yo leí casi todos sus libros. Este último, que ganó el premio, En el Pensamiento, me encanta porque es ‘muy proustiano’. No te digo que leí todos, todos, todos… Después me olvido, porque yo me olvido de Tolstoi, me olvido de todo. Nosotros tenemos una vida muy independiente, incluso tenemos amigos diferentes”.
Seguir escribiendo
Liliana tiene muchos poemas inéditos que no incluyó en su Poesía reunida. Uno,“La hora de la jauría”, lo escribió en diciembre de 2023 cuando asumió Javier Milei. ¿Qué puede hacer una poeta ante la catástrofe ambiental y política? “La única respuesta que se me ocurre es seguir escribiendo. Estuve estudiando a un poeta japonés contemporáneo Nanao Sakaki (1923-2008), un poeta extraordinario que estaba muy comprometido con la preservación de la naturaleza. Logró detener la destrucción de un banco de coral en Japón (una compañía iba a hacer una exploración submarina) con acciones y lecturas en las universidades. Algo se puede hacer poéticamente, pero no con una poesía panfletaria. Sakaki tiene poemas que son increíblemente bellos a favor del universo y el cuidado”.
-¿Cómo ves al gobierno de Javier Milei en relación con la cultura y los artistas?
-Más allá de la orientación política, la violencia verbal y física del gobierno me produce una irritación tremenda por mis principios budistas, una filosofía de paz, de diálogo y de respeto, que son las cosas que veo que están faltando: aceptar al otro diferente, poder dialogar; todo eso está como anulado y al que no piensa igual se lo degrada. Mi jubilación no es mínima, no es todo lo que tendría que cobrar, podría ser bastante mejor. Veo cómo mis hijos, mis amigos, mi familia peleamos mucho para llevar una vida de clase media sin lujos, porque yo nunca tuve auto, mi hermana no tiene auto, mi hijo no tiene auto, ni country ni nada de eso. Me refiero a la clase media común y corriente que paga las expensas y los servicios y tal vez se puede pagar unos días de vacaciones. Eso está desapareciendo; la clase media está muy acogotada, muy al límite.
La hora de la jauría
Desciende desde lo alto:
el Gran Titiritero cambió sus títeres.
En el sendero curvo
gritos ahogados con una cinta adhesiva.
El lobo se hizo perro,
el perro una flor carnívora.
El vecino se creyó bienaventurado
y dijo: “Sólo quedaré ciego”.
Las garras rompen su garganta
pero todavía aplaude el perseguido.
Para avanzar sobre el puente
secaron el río.
Ahora el viento arremolina pastizales,
el fuego arrebata el campo.
Un ilusionista hipnotizó la queja
–la hora de la jauría llega
con máscara y sordina.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/819254-liliana-ponce-ser-poeta-es-una-manera-de-ver-el-mundo