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No todo lo que reluce es oro. El dicho popular, utilizado de generación en generación para no dejarse llevar por las apariencias, se constata a cada paso por propios y extraños. En un mundo en el que lo que se ve es apenas la parte visible del iceberg, la realidad, la verdad, está cada vez más huidiza. En ese juego de engaños al que hay que descifrar en el que se convirtió la vida moderna, profundizada por la comunicación digital, se posiciona la trama de El jefe del jefe, la comedia que el jueves 17 se estrena en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza. La pieza, protagonizada por Diego Peretti y Federico D'Elía y dirigida por Javier Daulte, pone el foco en una empresa de tecnología en la que el supuesto dueño de toda la vida no existe y al que hay que inventar -actor contratado de por medio- para poder venderse, exponiendo las contradicciones del capitalismo y de la vida en sociedad.
Peretti y D´Elía son mucho más que compañeros de oficio. La sesión de fotos expresa una amistad que encuentra en el fútbol y en el oficio intereses comunes, en una charla activa que va y viene entre ellos con la naturalidad de quienes se conocen hace mucho y muy bien. Una amistad que comenzó hace más de dos décadas, cuando en plena crisis económica argentina aquel proyecto chiquito de hacer una serie sobre un grupo de socios que simulaban operativos para ayudar a la gente con problemas comunes se convirtió en Los simuladores, una de las ficciones nacionales más logradas en la historia de la pantalla chica. Una serie que parece cada vez más lejos del cine (ver aparte) y que en El jefe del jefe encuentra el paralelismo de que la trama también se vale de una simulación: un actor (Peretti) es contratado por el verdadero (y camuflado) dueño de la empresa (D´Elía) para hacerle creer a sus compañeros que es el propietario real, cuando en realidad fue él quién durante años tomó todas las decisiones de organización laboral.
“La gente se va a venir a divertir. Es una comedia diría que disparatada, pero no de enredos de living, sino que sucede en una empresa tecnológica”, le cuenta Peretti a Página/12, sobre la obra escrita por Lars Von Trier (el danés cofundador del Dogma 95). “Lo original es que sucede alrededor del mundo de la oficina, entremezclada en la trama con todo el folklore laboral y el mundo del actor. Son dos mundos que parecen antagónicos. Muchas veces los actores o los artistas, cuando nos preguntan ¿qué trabajo no resistiríamos?, casi lo primero que decimos es el de estar todo el día encerrado en una oficina. Y quizás un oficinista o un bancario nos dicen que ellos no entienden nuestros horarios. Son dos universos contrapuestos que chocan en esta obra. Chocan desde un lugar absurdo, no ilógico, sino absurdo, en una trama llamativamente hiperrealista”.
-¿A qué se refieren conque la trama es hiperrealista?
Diego Peretti: -En la trama no hay cosas mágicas. No me gusta decir la palabra porque parece que me estoy aprovechando, pero hay tanta simulación de simulación de simulación, no desde la simulación altanera de Los simuladores que nunca perdían, sino la de una simulación de vida de gente normal que tiene que actuar para resolver un conflicto dentro de una oficina. Todo eso provoca una cuestión de metaactuación que a mí me resulta muy lindo para trabajar el personaje, que es el de un actor contratado por el dueño de esta empresa para hacerse pasar por alguien que no es.
-¿Hasta qué punto llega la complicidad entre el actor contratado y quien lo contrata?
Federico D`Elía: -La única complicidad que existe entre los dos es que el dueño lo contrata a él y nada más. O sea, nadie más sabe que él es un actor. Y el jefe le da una suerte de libreto, lo que puede… Le da ciertas indicaciones, cosas que él tiene que cumplir porque lo que tiene que hacer es muy sencillo. Bah, de inicio parecería ser muy sencillo, pero se va a ir complicando con diferentes cosas que pasan en la trama. La complicidad es entre ellos dos, pero hasta un punto, donde todo ese trato se empieza a irse de la manos.
-En un punto, son dos impostores. Uno es contratado para que actúe un personaje y el otro vivió durante años escondiendo que él es el dueño de la empresa.
D. P.: -Uno trabaja de “impostor”, de simulador, de mentiroso, de creador de historias, de actor, en definitiva. Y el otro utiliza a esta profesión para...
F. D.: -El otro puede creerse estafador, pero hay que que ver la obra para ver si lo es. La obra habla de todo eso que dijo Diego y de un montón de cosas que no están escritas pero que suceden. Es una obra de apariencias, en la que parece que las cosas son de una manera pero en realidad son de otra. No es casual que mi personaje contrata a este actor, porque no quiere que sepan que es el jefe. Tiene que vender la empresa y no le queda otra que contratar a un actor. A partir de esto se van creando distintas realidades en las que el público y los personajes van descubriendo qué pasa adentro de su oficina, cómo son esos vínculos. No es una comedia de puertas que se abren y se cierran, sino que la comedia pasa por la situación y por todo lo que va descubriendo el espectador y el personaje de Diego, que es el “nuevo” en esa comunidad y que irá conociendo un montón de cosas de lo que en la oficina sucede. El único que sabe todo es mi personaje. El resto sabe solo algunas cosas, el actor muy poco… Es un rompecabezas que se va armando.
-¿La obra habla sobre los distintos roles que cada uno cumple en los diferentes ámbitos en los que participa en la vida social? ¿La gente va a poder reconocerse?
D. P.: -Si uno fuera medio arrogante, podría decir que esa es una mirada que la obra tiene. Pero en ningún momento atacamos dialécticamente eso. Se da todo dentro del quilombo que se arma, hablando metafóricamente. Sí, la vida de todos es una actuación constante. Ya lo decía (Marlon) Brando: “No podés vivir si no actuás”. Y los roles específicos que te tocan en los grupos de amigos, en la familia, en el trabajo, en la pareja, son roles que, siendo la misma persona, difieren. En las terapias de grupo, en el psicodrama de Tato Pavlovsky, ahondan en eso. El acting de los conflictos personales generalmente colocaban al protagonista de ese psicodrama en un lugar que, después, era un espejo del lugar que ocupaba en los grupos familiares. Y darse cuenta de eso es revelador y te ayuda muchísimo para empezar, por lo menos, a pensar en algún tipo de centímetro de cambio. Pero te ayuda a ver desde afuera. El tema de los roles que ocupamos cada uno es esencial en la obra.
F. D.: -Es esencial, pero no se ataca de manera directa, no está escrito y esa es una de las virtudes de la obra. Como espectador, te vas a ir encontrando con situaciones en las que vas viendo qué rol ocupa cada uno en esa comunidad humana, que muchas veces es distinto al papel que ellos piensan que tienen.
D. P.: -Sí, no quiero ser petulante, pero hay un recurso brechtiano en la obra.
-¿En qué sentido?
D. P.: -Un personaje está dentro de la obra y sale a contarle a la gente que quizás manipula determinado destino de la trama, para meterse de nuevo en la obra.
-¿Creen que, en ese aspecto, vivimos en un mundo de puestas en escena? La tecnología, las redes sociales, parecen haber incrementado esa faceta humana.
F. D.: -En Instagram somos todos felices. Nosotros estamos bastante alejados de las redes, él un poco más, yo un poco menos, pero estamos lejos de vivir a través de una pantalla. Un puede usar la herramienta a su favor. Mi hijo se juntó con dos más, y cuelgan todos los días una historia de 30 segundos o un minuto a diario. Y les va bien. Yo eso no lo hago. De cualquier manera, si lo hiciese, imagino que no cambiaría mucho… Tal vez tengo que cambiar el formato o la cosa más técnica de cómo se hace y qué cantidad de tiempo, pero lo que es el laburo del actor, de cómo encaramos un personaje, eso no se modifica. Somos actores, queremos actuar.
D. P.: -Técnicamente, no se modifica. Pero al ser conocidos, a mí me molesta mucho cómo usan nuestra imagen para distorsionar cosas. Antes, salía algo erróneo publicado y uno podía llamar al medio y se modificaba o se aclaraba la inmformación. Hoy eso no pasa.
F. D.: -Incluso, si se trataba de una revista la circulación era de 40 mil números. Hoy, en un segundo llega a millones...
D. P.: -Aprovecho para decir que, por ejemplo, hace meses circula una falsa noticia de que soy culpable de no sé qué y estoy en cana… también que me editaron un video en el que digo que me gusta pegarle un bife a las mujeres... Es una situación que me estresa muchísimo. Tanto me estresa que antes iba a los programas de entrevistas y ahora no voy más, por todo lo que se genera en redes y tengo que salir a contestar…
-¿Se sienten manoseados por el nuevo ecosistema mediático?
D. P.: -No, no. Pero si te metés en el mar, tenés que nadar.
F. D.: - Está todo podrido. Es verdad lo que dice Diego. Y al otro día, en lugar de hablar de algún estreno, aparece un título que es para que la gente haga click y vea qué pasa. Porque generalmente son títulos que no te dejan muy bien parado, o que te hacen tomar partido de algo que vos o no quisiste hacerlo, o si tomaste partido lo ponen en un primer plano donde incomoda. Es un plomo.
D. P.: -Es muy facho.
F. D.: -En las últimas notas que hice estoy todo el tiempo pensando en qué decir y qué no decir.
-Es parte de la cultura del impacto que estamos viviendo.
D. P.: -Sí. Eso pasa, pero es muy facho. Hacerle decir a alguien algo que no dijo tan contundentemente no está bueno. Pero, en todo caso, esos titulares de impacto hasta los conocemos, sabemos que pasa. Siempre fue así. Lo otro, no. Que venga un tipo, te difame e invente cosas y lo haga circular, y que de repente mi familia me esté llamando asombrada por algo que no dije… Es malvado.
-¿Sienten una exposición mayor como actores que cuando empezaron?
F. D.: -Como actores estamos expuestos. No sé por qué la gente cree que el actor tiene la palabra santa… No soy partidario de eso. Creo que los actores somos personas normales. Nos ponen en un lugar y nos preguntan de todo, de cualquier cosa, y respondemos a veces inocentemente, a veces no. Y a veces pisamos el palito… Pero solo somos actores. Como vos sos periodista. Y cada cual tiene una mirada y querrá exponerla o no, pero no somos genios ni tenemos la verdad de nada. La exposición ya la tenemos por ser actores y, obviamente, cuando empiezan estos jueguitos, es mucho más atractivo que la declaración sea de un actor que de un tipo desconocido. Pero todos estamos expuestos, los desconocidos también, porque ponen un tweet o algo que no está bien y de golpe es una catarata de insultos que uno se pregunta “¿con qué necesidad toda esa violencia, por qué pasa lo que pasa?”. Creo que la exposición está de moda y no está mal vista. Y ahí creo que tenemos que empezar a ver cómo se corta cierta cosa. Claro que es delicada la libertad de expresión, pero hay un punto donde todo está como pasado de rosca. Antes uno hablaba con mayor tranquilidad y ahora pasás por el filtro un montón de cosas. Es un desastre.
D. P.: -No es solo un problema argentino, pasa en todos los países. Las cloacas informativas están en todos lados. Las operaciones políticas… El tema de crear una imagen de un actor conocido y hacerlo actuar con Inteligencia Artificial, el tema de que el periodismo ya es otro que el que chequeaba las tres fuentes… ¿Qué le interesa a la gente? ¿Algo que lo entretenga y no le importa si es verdadero o falso? ¿Qué le interesa a la gente? ¿Ver un actor de carne y hueso en celuloide o en el teatro, o una historia y fascinarse idiotamente por algo en un tiempo determinado? Todo va hacia un lugar donde lo físico pierde importancia sobre la cabeza, la intelectualidad, la creatividad, la imaginación, a lo que se ve, a lo sensorial. Yo no entiendo... Es buenísimo todo lo que ocurre y a las veces es malísimo.
-Pero pese a la revolución tecnológica, el teatro se mantiene vigente. De hecho, fue el medio que más rápido se recuperó post pandemia. Hay algo de lo humano, del ritual, que no se puede reemplazar.
F. D.: -Hay algo ahí que se intenta, eh, porque en Londres ahora se está haciendo un show de ABBA que es espectacular y vos los ves ahí y están los músicos de ABBA...
D. P.: -Sí, pero eso es medio cine 4D. Cuando te sentás, sabés que no está el actor o los músicos en vivo. El teatro tiene una raigambre histórica, tan actoral, tan presente, que es casi antropológico.
F. D.: -Cuando uno entra a un teatro ingresa a una convención única. No hay tecnología, no se come pochoclo ni se toma Coca…
D. P.: -Eso el cine lo está perdiendo. Hay personas en el cine que están comiendo… ¡Es una locura! En el teatro eso está muy mal visto, todavía. Aún se mantiene esa ideología cultural.
F. D.: -Se mantiene en una dimensión que no es masiva. Acá por suerte tenemos muchísimos teatros. Mismo en Madrid, que tiene una cartelera muy fuerte, se hacen temporadas cortas, salvo las comedias grandes. Lo que pasa acá, con espectáculos que están hace 7, 8 años, en el teatro comercial o en el off, es algo muy particular.
-¿El teatro acapara hoy un significado mayor que otros medios, entre tanta tecnología y parafernalia mediática?
D. P.: -No, es solo otra forma de expresión.
F. D.: -Sí, es otro vehículo para la actuación. En el cine o una serie se pueden repetir las escenas, en el teatro no hay chance. Para mí, tiene algo especial que es la ceremonia del teatro. No lo tenés en ningún otro lado. Más allá de la responsabilidad de hacerlo bien, de tratar de no cortar, en el audiovisual sabés que hay otra chance. En el teatro, todo eso lo tenés que resolver, ese vértigo y esa cosa que sentís en el estómago, está siempre.
-¿No se supera nunca esa ansiedad?
F. D.: -Antes del estreno, siempre. El que lo pierde es un inconsciente. Qué suerte que tienen…
D. P.: -En el escenario, esa falta de adrenalina repercute en la visceralidad de la actuación. Si estás bostezando mientras estás actuando, que yo lo he visto, eso se percibe en la gente. El actor tiene que estar ahí, con la técnica que quiera. ¿Escuchándose su música mientras habla? Sí. ¿Mirando al otro? Sí. ¿Tratando de sentir lo que dice? Sí. Tiene que estar. Eso no se negocia.
F. D.: -Pero eso es el trabajo del actor, ¿no?
D. P.: -Pero hay alguno que está pensando arriba del escenario qué va a comer después de la función…
F. D.: -Es verdad… De cualquier manera, creo que el teatro te exige un poco más de concentración. No es que las otras artes no te lo exigen. Porque tampoco es fácil hacer una escena cuatro, cinco y hasta seis veces y mantenerte concentrado como en el cine. El teatro tiene esa cosa magnífica e irrepetible de estar presente en ese momento y lugar, donde nos ponemos de acuerdo en que los espectadores van a entrar acá y van a pensar que están en el lugar que la ficción decide. Todos nos ponemos de acuerdo con ese ritual. El teatro es un ritual, como el asado.
De largo recorrido televisivo, la dupla de actores ve con añoranza aquella TV argentina que producía ficciones que cosechaban grandes audiencias y recorrían el mundo. Pero también analizan la actual situación de la industria audiovisual siendo conscientes de que está en plena época de cambios tecnológicos y económicos, y que ya nada será como antes. “Estamos en un momento de pausa y de reflexión, de ver cómo sigue la cosa en todos lados", afirma D`Elía. "También en la Argentina, donde todo es más complejo. Más allá de que sea un fenómeno mundial, vamos a tener que poner el culo en la silla y pensar de qué manera se empiezan a hacer cosas. O decir si antes hacíamos todo esto, ahora tenemos que hacer esto. Y ver cómo se hace. Y tratar de recuperar un poco de calidad también, porque para eso nacieron las plataformas: para tener una calidad superior a lo que veníamos haciendo. Porque hay más guita, hay más tiempo. Y eso en algún punto se fue perdiendo. Vamos a tener que juntarnos los actores, los productores, los gremios, todas las partes que hacen esta industria chiquitita. Y evaluar de verdad dónde estamos parados y cómo seguimos”.
Peretti coincide con el diagnóstico de su amigo. “Ese mundo que conocíamos ya pasó. Antes todo era más centralizado. Explotó. ¿Viste cuando un planeta explota y quedan las esquirlas por todos lados? Y después cada esquirla tiene su vida propia... Con lo audiovisual, lo informativo, la tecnología, pasó eso: explotó todo”, ilustra.
-¿Cómo analizan este momento de la cultura, con el cierre del Instituto Nacional de Teatro, la paralización del Incaa, el ataque a las figuras de la cultura…?
F. D.: -Lo único que voy a decir es que, más allá de encontrar un culpable o no, que cada cual tendrá sus culpables, es algo que nos viene pasando hace rato y que se va profundizando cada vez más. Y a lo que no le podemos esquivar es a charlarlo, a sentarnos y hablar. El enemigo acá es el que no quiere escuchar. El que no quiere sentarse a charlar y ver qué pasa. Ver hacia dónde vamos y dónde nos conviene ir. El que no quiera hacer eso es enemigo para la cultura. Sea quien sea y tenga el color político que tenga. Y esto es lo que nos está ocurriendo en la cultura y en casi todo. “Quiero tener razón, lo que yo digo es así y lo otro no existe”. Cuando sucede eso entramos en estos pozos.
D. P.: -La pregunta es multidimensional, no encuentro manera de empezar a contestarla. Lo que dice Fede tiene razón. Nunca ocurrió -al menos en lo que me tocó vivir a mí- que nos hayamos sentado productores, actores, directores, guionistas, para ver cómo está la industria del teatro, de la TV, del cine, la publicidad, la radio... Un espacio en el que estén las diferentes áreas para pensar cómo cambia el trabajo, cuánto saca la industria de cada una, cómo conviven las condiciones de contratación de las estrellas y quienes no lo son… Yo no lo voy a ver, no lo va a ver mi hijo. Está sectorizado. Y es ahí donde esas grietas no permiten armar un bloque sólido, para que cada vez que venga un gobierno y diga que la cultura no da plata, les podamos mostrar todo lo que genera. Porque la cultura da plata. Entonces, cerrá lo que tengas que cerrar y vamos a ver cómo no es un gasto, porque hay una cantidad importante de gente que trabaja. El arte es caótico por sí mismo. La sindicalización del grupo es difícil.
F. D.: -Es una comunidad muy desigual. Hay una desigualdad enorme, lo que vuelve difícil encontrar acuerdos. Igual, creo que nunca estuvimos en el audiovisual como ahora. Carlos Rottemberg decía que escuchó a alguien del teatro diciendo “buenísimo que no haya tele, porque los tenemos a todos acá”. Carlos tuvo que pararlo y explicarle que no es bueno eso, porque el teatro se nutre de la tele. Hay que tener una charla honesta y ver hasta dónde llegás, porque a lo mejor la realidad es que somos un país muy chiquito, de una industria muy pequeña, donde arriesgar tanto -porque sale muy caro hacer cualquier cosa- no vale la pena y sí hacer otras. Podés estar de acuerdo o no, pero si no las hablás… y yo creo que hace rato que no hay voluntad.
A comienzos de 2002, la plataforma Paramount+ anunció una noticia muy esperada por los argentinos: finalmente, la película de Los simuladores tenía guión y hasta plan de producción, con fecha probable de estreno en 2025. El esperado film iba a contar con todo el equipo original de la serie: Damián Szifrón como guionista y director, y D'Elía, Peretti, Alejandro Fiore y Martín Seefeld como protagonistas. Sin embargo, el proyecto en pantalla grande parece haber pasado a mejor vida. Al menos por ahora y con Paramount+ de por medio.
“Por ahora está totalmente caída la producción”, afirma D´Elía. La venta mundial de Paramount el año pasado, sumada a la crisis audiovisual argentina, atentaron contra la realización de la película. “Habría que preguntarle a ellos, pero Paramount no la puede producir y estamos en ese punto, saliendo del arreglo que tenemos con ellos para ver cómo seguimos”, agrega el actor. Los actores señalan que no se trata de falta de voluntad, sino de la falta de financiamiento. “Se fue cayendo, hace tres años que estamos dando vueltas con esto y no pudimos avanzar. Nunca fue un proyecto sencillo. Siempre fue difícil per se, porque es un proyecto complicado, una película muy grande. Y en el mundo de las plataformas se reestructuró todo, Paramount se vendió y caímos en la volteada. Es parte de este problema general de la industria. Tal vez, si hubiese mecanismos que ayudasen desde otro lugar… Pero eso no está. Hoy por hoy, la película no se hace”, finaliza D`Elía.
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