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Los suicidios registrados en las cárceles de la dictadura tuvieron origen, casi en su totalidad, en la intervención penitenciaria en la salud psiquiátrica de los detenidos, en la manipulación de su fragilidad psicológica y en la incapacidad de soportar un dolor creciente y desesperante. Así lo pensaron y lo investigaron las periodistas Silvana Melo y Claudia Rafael en el libro Historias rotas. Locura y suicidio en las cárceles de la dictadura (Ed. Punto de Encuentro). Se trata de un trabajo tan exhaustivo y minucioso, como ejemplar y, a la vez, revelador en muchos aspectos, respecto de cómo influyeron los miserables perversos con botas largas en la psiquis de los detenidos en cárceles.
Las autoras investigaron con tal profundidad y precisión historias de presos políticos -algunas de las cuales terminaron en el suicidio-, que resultaría impensable que este libro no sea leído en las escuelas secundarias, aunque el público destinatario es mucho más amplio. Cada capítulo se centra en una persona: Eduardo Schiavoni, Jorge Toledo, Edgardo Guerra, Susana Benini, Gabriel "Tordito" de Benedetti, Benjamín Taub, Jorge "Chiche" Veiga, Roberto Pasucci, Cristina Taminelli, Heriberto "El Pata" Macedo, Ramón Holsbach, Lucía Briones y René Coutaz. El libro tiene prólogo de la prestigiosa médica psiquiatra Diana Kordon, y epílogo del periodista Hernán Invernizzi, que estuvo detenido entre septiembre de 1973 y mayo de 1986 en distintas cárceles del país.
"En este libro nos ocupamos de la máquina de enloquecimiento que fueron ciertas cárceles durante la dictadura a través de un mecanismo de exterminio determinado. Esto fue un mecanismo que prácticamente no ha sido analizado. Fue muy poco abordado", cuenta Silvana Melo en la entrevista con Página/12. "Entonces, nosotras nos metimos en eso porque entre los detenidos tenés muchísimo. Hay 10 mil ex detenidos, pero entre ellos hubo unos cuantos que sufrieron esto. Algunos pudieron zafar y otros vivieron toda su vida con ese estigma encima. Entraron como jóvenes maravillosos revolucionarios que querían cambiarlo todo, pasaron por la cárcel, que fue una máquina de enloquecerlos porque había una suerte de cooptación de aquellos que mostraban cierta debilidad, que podían entristecerse más, que les podía costar más la vida ahí adentro. Esos eran cooptados para medicarlos, para entrar en ese mecanismo que los llevaba a la locura. Cuando salían de ahí, salían hechos despojos humanos y eran el ejemplo en lo que se transformaban aquellos que intentaban cambiar las cosas", plantea la periodista.
-Si salían, ¿no?
Silvana Melo: -Si salían, exactamente. Pero fijate que el objetivo no era la muerte. Los suicidios que nosotras investigamos en el libro son pocos, son cuatro. El objetivo era ejemplificador. Era disciplinario. Disciplinar desde adentro y decir: "Bueno, guarda porque ustedes se pueden convertir en esto". Y disciplinar para afuera: "Ustedes, si quieren seguir militando, tratando de cambiar cosas, subvertiendo el orden establecido, se pueden transformar en esto que nosotros estamos dejando en la calle".
Claudia Rafael: -El punto de partida para la investigación, en realidad, tenía a dos detenidos puntualmente. La historia de nuestro libro apuntaba a relatar las historias de Eduardo Schiavoni y Jorge Miguel Toledo. La idea nació el 6 de diciembre de 2021, cuando se inauguró la plazoleta que lleva los nombres de ambos y que se emplazó donde estaba la cárcel de Caseros, que ya había sido derribada años antes durante el gobierno de Néstor Kirchner. Nosotras, cuando salimos de cubrir periodísticamente la inauguración de la plazoleta, pensamos: "De acá tiene que salir un libro". Después, cuando fuimos empezando a hacer entrevistas para la reconstrucción de las historias de ambos, nos fueron surgiendo otras historias y otras y otras más. El caso de ellos dos, justamente, tenía que ver con dos suicidios inducidos; en el caso de los dos, hubo un manejo de la medicación psiquiátrica.
-Una de las primeras conclusiones que se desprenden de la lectura del libro es que pareciera que las prisiones en la que estaban detenidos los presos políticos no se diferenciaran tanto de un centro clandestino de detención, excepto por la figura "legal" que las enmarcaba.
C. R. :-Tal vez sea demasiado osada esa comparación porque creemos que sí se diferenciaban. Y, justamente, esa diferenciación fue lo que llevó a los ex detenidos políticos a plantear -y nos lo repitieron varios de los entrevistados- que ellos, a lo largo de los años, habían sentido un enorme pudor por contar lo que habían vivido, comparado con lo que habían padecido quienes habían sido desaparecidos, quienes habían terminado arrojados al mar, subidos a los vuelos de la muerte, torturados de la manera en que lo eran en los centros clandestinos. Los llevaba a un tremendo pudor frente a, por ejemplo, las Madres de Plaza de Mayo. Ellas eran las madres de quienes habían estado en esos centros clandestinos. Acá fue diferente la estrategia. Además de la legalidad, había algunas cárceles que, por ahí, sí podían parecerse más como, por ejemplo, la U9 de La Plata; pero otras, como la cárcel de Caseros tenían mecanismos mucho más sofisticados y refinados para esa búsqueda del enloquecimiento. La estructura arquitectónica de determinadas cárceles, como la de Caseros, se diferenciaba sustancialmente de lo que era un centro clandestino: había ascensores, mármoles, pero tenían muy aceitado toda esa maquinaria de enloquecer.
S. M.: -En Caseros no entraba un rayo de sol, por ejemplo. Para el ser humano es imposible sostener la vida si no te entra un rayo de sol y vos estás 6, 7 años ahí. Los presos salían de ahí y los traslados fueron generalmente para Rawson cuando cerró. Se encontraban con sus compañeros en Rawson y llevaban una tonalidad blanco-verdoso que los compañeros no entendían por qué. Estaban destruidos físicamente y psicológicamente. Las celdas, por ejemplo, tenían rejas para afuera que daban todas a un pasillo y que no tenían nada de intimidad. Pasaban los guardias y veían absolutamente todo lo que pasaba dentro de la celda. Estaban haciendo sus necesidades a la vista de todo el mundo. Era una cuestión de humillación, que era horroroso para cualquier ser humano. Esas cosas pasaban en Caseros y esas cosas iban minando la psiquis de todos ellos, pero además lo que pasaba en Rawson, que era tremendo. No había sesiones de tortura con parrilla y picanas, pero eran cosas tremendas con el manejo de la alimentación, con el manejo de las visitas, con el manejo del aislamiento. El aislamiento era pavoroso. A los que mostraban debilidad, los llevaban a los grupos formados por sacerdotes, psiquiatras, y ellos hablaban. Hablaban todo lo que podían hablar con una confianza enorme y ellos utilizaban toda esa información. Después pasaban, por ahí les decían los compañeros: "Uy, no sabés lo que me dijo éste de vos. No sabés toda la información". Y eso generaba un rechazo, generaba un malestar y esa persona terminaba absolutamente aislada y rechazada por sus compañeros. Era todo un plan absolutamente orquestado. Y es un plan que no ha sido tenido en cuenta. No era un "divertimento" de un carcelero que estaba aburrido y se le ocurrió "Hoy voy a molestar a este tipo". No, estaba absolutamente orquestado.
-Un sobreviviente del Holocausto, el polaco Jack Fuchs solía decir: "A pesar de todo, los nazis no nos pudieron deshumanizar". Y esa frase resuena mucho al leer este libro porque en el genocidio de la dictadura pasó algo similar con los presos políticos. ¿Ustedes lo ven así también?
C. R.: -Sí, absolutamente. Lo que nosotras fuimos detectando que así como estas políticas de aislamiento tenían consecuencias que iban retumbando, que iban provocando ecos en la psiquis de muchos detenidos políticos, como contrapartida el estar juntos, el mantenerse juntos, el tratar de romper con ese aislamiento por parte de los detenidos, era lo que también los salvaba. Hay una frase que la repitieron muchos en las entrevistas, cada uno por su lado, que remitía a un discurso de Eduardo Jozami, que decía: "Nunca nos quisimos tanto como cuando estuvimos prisioneros". Y eso es lo que los salvaba. Tenemos ejemplos muy claros, por ejemplo, de cuando alguno de los protagonistas de las historias que volcamos en el libro empezaba a mostrar señales de que algo no funcionaba bien en su psiquis, sus compañeros más cercanos hablaban a ver de qué manera lo podían rescatar de esa situación. Uno de los modos, por ejemplo, bien concretos de ese intentar rescatarlo era tratar de llevarlo a situaciones objetivas, netamente objetivas; situaciones, por ejemplo, más ligadas a la matemática. Hay un ejemplo: uno de los protagonistas de las historias, Chiche Veiga, empezaba a mostrar esas señales. El había manifestado que le gustaba la fotografía. Entonces, uno de sus compañeros, un conocido reportero gráfico, Julio Menajovsky, que estaba detenido también con él, empezó a dar un curso de fotografía y con los elementos de la luz, de la medición, de los cálculos que había que hacer, trataba de mantenerlo por fuera de esa caída que ellos iban notando. Entonces, el estar junto al otro era algo que salvaba, que nos salva también a nosotros que no estamos detenidos.
-Como dice Diana Kordon, es un libro duro de leer, pero necesario. ¿A ustedes les resultó igual de duro el proceso de trabajo y la escucha de los testimonios?
C. R.: -Sí, y como nos pasa a todos en la vida, hay historias que a mí me pegaron de una manera diferente. Nosotras nos dividimos las historias porque era un proceso largo de investigación, de casi tres años. Hubo algunas que a mí, en lo personal, me resultaban más duro de afrontar que otras, cuando iba escuchando o cuando iba recabando información. Historias que me pegaban mucho más por lo triste, por lo duras. Es así. Seguramente a las dos nos pegaron de manera diferente las distintas historias. Pero sí, fue duro.
S. M.: -Nos pegaron distintas historias muy fuerte. A mí la historia del pelado Schiavoni me pegó muy fuerte. Hay dos historias, la del pelado Schiavoni y la de Ramón Holsbach. Por distintas razones, pero son historias durísimas, Y te las llevas encima.
-Otro aspecto que queda claro es que la figura del suicidio no es tan clara, porque los represores tenían métodos muy crueles para quebrar a los detenidos, hostigarlos, torturarlos y enloquecerlos; en definitiva, inducirlos. Hay una frase en psicología en relación al suicidio que indica "Ellos la murieron y ella se mató", porque la persona se suicidó, pero ¿la inspiración de dónde vino? Se trata de ver que el entorno juega un papel fundamental en un suicidio. Ese fue uno de los ejes de ustedes para entender los suicidios en las cárceles de la dictadura, ¿no?
C. R.: -Diana Kordon, por ejemplo, planteó en algunos de sus trabajos que el suicidio muchas veces es una elección autónoma para no quedar completamente sometido a la decisión de otro. En el caso de tanto de Schiavoni como de Toledo, como de Guerra o De Benedetti, hay un contexto claro que los fue llevando a ellos a esa situación. Y en el caso tanto de Toledo como de Schiavoni había un acoso permanente por las noches destinado a provocar el insomnio, a "jugar", como te decía hoy al principio, con la medicación psiquiátrica que se la daban, se la iban aumentando, aumentando, aumentando y después la quitaban abruptamente. Entonces, en ese caso lo que sentíamos nosotras es que el suicidio inducido tuvo que ver con que todo el Servicio Penitenciario y los equipos de profesionales médicos, psiquiatras, psicólogos y también sacerdotes provocaron y llevaron hasta ese punto último que los utilizó, en todo caso, como mano de obra a ellos mismos, pero fue provocado por los otros. Fue provocado por este Servicio Penitenciario que, probablemente no buscaran el suicidio, sino enloquecernos para que salieran como botón de muestra, no solo para cuando fueran liberados, sino también para con sus propios compañeros de detención. El suicidio de todos ellos estuvo rodeado de ese plan tan metódico.
-En la Argentina se llevó hasta el límite el sufrimiento psíquico que un modelo represivo es capaz de provocar en sus víctimas.
C. R.: -Sí, totalmente. Lo que se generó fue un plan tan perverso en el que utilizaron toda esa maquinaria a través de la estructura arquitectónica, la medicación, el aislamiento con la mínima excusa, el corte de visitas que eran muy esperadas, el corte sin razón, la interrupción de las horas de sueño, el rol de de psicólogos, psiquiatras, sacerdotes. Un detalle que también tratamos de dejar en claro en el libro es que tanto psicólogas como psiquiatras generaban todo esto y, en muchos casos, eran muy jóvenes. Probablemente aún hoy estén atendiendo pacientes. Entonces, es de tanta crueldad y tanta perversidad planificada que tiene sus secuelas en el presente, todo tipo de secuela, pero esa también es una.
S. M.: -Nos decía Silvana Bekerman, una psiquiatra que ha trabajado mucho con el tema de los derechos humanos, que durante las grandes guerras los hombres eran, sin lugar a dudas, muy valientes, pero a veces se morían de miedo. Cuando se morían de miedo los salvaba estar junto con sus compañeros. El abrigo de sus compañeros. Fijate que eso es para el ser humano siempre el mismo abrigo y en la cárcel era exactamente así. Los carceleros, el Sistema Penitenciario, la dictadura lo sabían perfectamente. Entonces, sabían dónde se podía desangrar. Y hacían eso. El tema del aislamiento tenía que ver con separarlos de los compañeros. Separarlos de los compañeros para destruirlos, para romperlos psíquicamente. Y eso producía directamente la ruptura y, a veces, la muerte. Está clarísimo y no casualmente hoy la política de individualismo que dice que el colectivismo es execrable, no es gratuito, es una secuela de todo aquello.
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