EN VIVO
La muerte de David Lynch me trajo esa tristeza íntima y secreta que adviene al darse cuenta que no se verá nunca más a un amigo. Cuando me enteré –después de un día nublado de playa, este enero– decidí hacer mi pequeño réquiem privado: escuchando las baladas inefables de Julee Cruise y poniéndome alguna de mis muchas remeras –ya un chiste interno entre mis amigos– que replican algún cuadro de sus películas. Su fallecimiento me genera preguntas que no puedo responder: ¿Qué representa la muerte de Lynch? Siendo portero de esa puerta hacia a lo otro, ¿es el fin del Misterio?
Su primera película que vi (que es también la que, fascinado, más veces volví a ver) es Mulholland Drive. No hay obra o proceso de ensayos donde esta película no aparezca para decirme algo: una referencia, una escena, un tono, un procedimiento. Es una de las que hay que ver una vez por año: la Persona de Bergman del Siglo XXI.
Intentar hablar de Lynch es siempre una trampa: cada vez que nombro algo se escapa, cada vez que intento esbozar algún sentido ya aparece otro que lo objeta o lo releva. Así de inútil también sería intentar reponer en estas líneas el argumento de Mulholland Drive; la única forma de experimentarla es verla. No tiene un soporte por fuera del cine, porque es una película que opera sobre el cine, que juega con su gramática.
El cine es el único arte que depende inexorablemente de la ilusión para existir: es siempre y ante todo una tramoya, un truco. En términos técnicos, no existe el registro audiovisual: es solo es una sucesión de fotos que dan la ilusión de movimiento. El cine es mitad luz, mitad oscuridad: paradójicamente, el arte que puede documentar y reproducir las cosas tal como son, es a la vez un truco; una ilusión que nos fascina e invita a vivir allí para siempre; que puede ser más convincente, más intensa, acaso más real, que la vida misma. Este es –para mi– el corazón de Mulholland Drive: el sueño y la ilusión en toda su dimensión semántica: los sueños manufacturados de Hollywood (la Fábrica de los Sueños); películas dentro de películas dentro de películas; sueños dentro de sueños; fantasías que se yuxtaponen con la vida real; castings que parecen más convincentes que las escenas que supuestamente tienen lugar en la realidad.
A pesar de ser un clásico a esta altura, se trata de una película poliédrica e inclasificable: Lynch puede trabajar el suspense como el mejor Hitchcock y, sin dar aviso, caer en un silencio inefable, propio de Bergman. El trabajo sobre el género es muy virtuoso: el film comienza como un policial que pronto deviene en una suerte de sitcom sobre los pormenores de Hollywood, o más bien en una historia de amor, o quizá en una de terror... Ese movimiento define el procedimiento lyncheano por excelencia: la irrupción de lo desconocido sobre patrones muy reconocibles. O lo que es lo mismo: una tensión entre figuración y abstracción. Hay una expectativa de narración que se ve interrumpida por el ingreso de un elemento otro: se narra un policial como excusa para narrar una historia de amor; o una historia de amor para narrar un policíal; o una historia policial de amor para narrar cómo se construyen las ilusiones que rigen nuestras vidas: nuestros amores y desamores, nuestras fantasías, nuestros miedos.
Se podría creer que la clave en Mulholland Drive es el misterio que no se resuelve. Aquí la genialidad: los primeros tres cuartos de la película que podríamos pensar son un “sueño” se narran de forma cronológica; y el último cuarto, que podríamos leer como “la realidad”, es febril y errático, yendo atrás y adelante en el tiempo sin aviso. Estar en un territorio o en otro es inverificable: cualquier hipótesis de una dialéctica más o menos conocida de tipo vigilia/sueño o realidad/ficción está refutada por el propio montaje y la presencia de esas abstracciones innombrables, más horrorosas que cualquier monstruo. Es importante recordar que Lynch es antes que nada un artista visual: en palabras suyas, las películas son pinturas en movimiento.
Antes de ser película, Mulholland Drive fue un piloto de televisión rechazado que, sumando más metraje, fue convertido en película. De la estructura narrativa de un piloto televisivo –final abierto y cliffhanger mediante–, Lynch construye una película cohesiva y multiforme, caótica y sofisticada, acaso perfecta. Algo de su tema y su forma logra una síntesis que hace que todo tenga sentido de una forma inesperada y sublime. Contando además con una de las actuaciones más deslumbrantes de las últimas décadas, la de una hasta entonces desconocida Naomi Watts.
Recuerdo mi sensación al terminarla aquella primera vez, atónito, envuelto en ese juego de desenfoques y transparencias, profundamente conmovido sin saber por qué. Me es difícil pensar en experiencias estéticas de tanta intensidad hoy; una película de estas características no podría producirse en la actualidad y probablemente tampoco sería bien recibida por los espectadores. Esa apuesta –por las formas abiertas, la complejidad narrativa, el misterio– es improbable en un mundo hipersignificado: sabemos tantas palabras que ya no podemos decir nada. Ya casi no hay películas que apuesten por el Silencio, nunca mejor dicho. Y es que, precisamente, para que algo sea un misterio, no debe revelarse. Allí el legado de Lynch: puede que Mulholland Drive sea la ilusión de un misterio en el que caemos una y otra vez, tratándolo como si fuera un enigma que puede resolverse, de la misma manera que en el Club Silencio ignoramos lo que nos dicen, en varios idiomas, a los gritos: no hay banda, es solo es una ilusión.
La puerta ha quedado abierta, pienso. Lynch hizo eso lo que muy pocos artistas logran, fundó formas: de trabajo, de narrar, de imaginar. Estará en nosotros intentar acceder allí o quedarnos del lado de la vigilia. Hace años que mis sueños se parecen a los soñados por David Lynch. Ahora que no está, ¿quién le dará forma a mis pesadillas?
Valentino Grizutti es actor, dramaturgo y director teatral. Es fundador de Compañía Labrusca, colectivo de creadores escénicos que se propone el trabajo y la reflexión sobre los modos de representación. Como autor y director estrenó Persona (2018), Toma tres (2022) y Así así, acá acá (2022). Actualmente realiza funciones de Casual de noche –obra escrita junto a Compañía Labrusca –, en Casa Teatro Estudio, los sábados a las 23; y de Plot, en Espacio Callejón, los domingos a las 20.
Conocé todas las opciones del contenido que podés recibir en tu correo. Noticias, cultura, ciencia, economía, diversidad, lifestyle y mucho más, con la calidad de información del Grupo Octubre, el motor cultural de América Latina.
Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.
Hace 37 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/816667-mulholland-drive-de-david-lynch