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La obra de Clara Esborraz es como un gran chiste sobre el mundo que todos habitamos, con sus reglas y obligaciones. A través de sus obras, se ríe de todos nosotros, de la forma en la que se vive bajo la tiranía de la productividad. Su trabajo más reciente, reunido en la exhibición Los objetos, dentro de la galería Piedras, es una gran burla a un estilo de vida que implica trabajar miles de horas por día para poder pagar una Ozempic, esa mágica inyección que hace que las personas bajen de peso en un abrir y cerrar de ojos.
En su reciente muestra, Esborraz reúne una serie de dibujos, un video y tres performances que rozan lo escultórico. Todo esto inserto en una sala transformada en un gran cubo rojo, lo que le agrega un toque delirante y lynchiano a la situación. Esa caja roja parece ser la mente disparatada de esta artista, o quizás un inconsciente colectivo despampanante y flúor que habita en todas las personas del mundo pero que rara vez sale a la luz. En ese espacio, Esborraz junta el diseño industrial, con la historia del arte y el capitalismo avanzado. En esa sala están Lucio Fontana, las raves, los cigarrillos Virginia Slim y el burnout (ese trastorno de agotamiento mental, emocional y físico que se genera por culpa del estrés laboral permanente).
El trabajo de Clara se ha exhibido en Argentina y también en otros países, como España y Suiza. Además, algunas de sus obras integran colecciones públicas, como la del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Museo MACRO de Rosario y la del Instituto Torcuato Di Tella. Los objetos es la cuarta muestra individual que realiza en la galería Piedras y toda esta multiplicidad de temas y universos que presenta en esta oportunidad ya ha aparecido con anterioridad, sobre todo aquel que cruza objetos de la vida cotidiana con performances que, de una manera u otra, muestran un tipo de vínculo entre las personas y esas cosas. En dos muestras anteriores que realizó en esta misma galería –Sucia y desprolija, en 2019 y El fin de la ciudad, en 2023–, las performances que sucedieron implicaban algún tipo de relación con diferentes objetos de la vida cotidiana que podían ser un mostrador, una cinta para caminar o un somier de dos plazas.
ESPEJITO, ESPEJITO
Las personas que dicen que no quieren verse bien mienten. Todo el mundo quiere pararse frente al espejo y decir: “Guau, que bien que estoy”. Eso en sí no tiene nada malo, no habría por qué avergonzarse. Por suerte, la idea de “verse bien” fue cambiando durante los años y década tras década ese código de belleza fue mutando. Hoy en día, finalmente, cada quien tiene su propio estándar. Pero esta libertad de criterio no siempre existió.
Clara Esborraz, por ejemplo, nació en 1991 y seguramente su infancia fue en frente de una pantalla de televisión que tenía una obsesión por la delgadez y también por impedir el paso del tiempo. Cientos de minutos de aire dedicados a Reduce Fat Fast, esas mágicas pastillas que promocionaba Jorge Hané, el gurú de la pérdida peso que a mediados del año pasado salió por todos lados a decir que, finalmente, estaba en quiebra porque, después de muchos años de ingenuidad, las personas habían descubierto que su producto no funcionaba para adelgazar. Pero lo que importa no es el derrotero que el abuelo de la Ozempic atravesó, sino lo que representa, que es algo que retoma Esborraz en su exhibición: los esfuerzos -y padecimientos- a los que uno se enfrenta para verse bien.
En uno de los dibujos que hay en Los objetos se puede ver un cuerpo hecho enteramente de piernas. Son tres pares de piernas disparatados, con un par de mancuernas en el suelo y una faja que aprieta lo que sería el estómago de esa cosa biológica y mutante a la vez. Esas pobres rodillas y esos pobres pies no dan a basto con sus pesas, están agotadas. Y sin embargo, lo intentan. Hay un esfuerzo por verse bien que no se consigue porque la naturaleza –o sea, Clara Esborraz– las hizo así: un cuerpo sin cabeza, ni ojos, ni pelo. No hay mancuernas capaces de darnos lo que nuestro cuerpo no posee.
En otra de las obras, un ejército de manos pintan, sobre un vidrio roto y astillado, líneas rojas con un rogue. Es una tarea titánica, casi imposible de que salga bien porque el vidrio ya está roto y lo único que puede ocurrir es que quien quiera ponerle un poco de pintalabios termine con las manos llenas de sangre. Al igual que en el dibujo anterior, no hay make up en esta tierra que logre devolverle el brillo a ese cristal estallado y derruido.
El cuerpo se levanta en estos dibujos como una cosa completamente inventada. Nada parece ser natural, ni dado, más todo lo contrario: los cuerpos son una construcción hecha a base de peluquitas, prendas de diseño, medias de red que aprietan y kilos de maquillaje. Así como se inventan los chismes, también se inventan los físicos y las maneras de verse. La performer que interpreta la obra “La muy joven vieja señorita” también lleva encima una cantidad de cosméticos que desfiguran su cara (la obra en cuestión ponía a una joven mujer vestida como una señora, con su bata y sus pantuflas de toalla, a mirar en una tele un video en loop, mientras fumaba cigarros durante horas).
La particularidad que tiene el trabajo de Esborraz sobre este punto es que parece estar riéndose de esos esfuerzos. En una época donde todo se resume a grandes declaraciones de principios hechas en redes sociales, la artista parece estar riéndose de todo lo que para muchos equivale a un gran hilo de Twitter o una lluvia de stories en Instagram escritas con solemnidad y letras mayúsculas. Donde alguien encuentra una protesta, los dibujos de Los objetos parecen encontrar una joda.
SIN ALIENTO
Estos son los años de las criptomonedas, los mercados financieros y también son los años del cansancio. Cada día que pasa, las garantías que existían hasta hace no mucho tiempo atrás (acceder a la vivienda propia, tener un trabajo registrado, poder ahorrar o comprar un auto) parecen volverse hitos imposibles de conseguir. La narrativa de la hiperproducción ganó y a pesar de que la mayoría de las personas dedica cada vez más tiempo a trabajar, lo que consigue como retribución apenas alcanza para subsistir. El mundo sufre ataques de pánico y vive presionado para juntar dos chirolas que casi ya ni alcanzan para el pancho y la coca.
Otra de las performances incluida en Los objetos navega por las aguas de este fenómeno contemporáneo. En “La quemada”, una mujer (la icónica bailarina Silvia Estrín) se rostiza sobre una mesa de trabajo, al calor de una lámpara de escritorio. Lo que obtiene es un bronceado intenso y noventero, típico del que se consigue en las camas solares, ese que le da a la piel un tono naranja, al mejor estilo Donald Trump. “La quemada” presenta una pequeña cita a Sucia y desprolija, una muestra anterior de Esborraz en la que también aparecía una mesa de trabajo con su respectiva lámpara.
Otra vez, lo que sale a la superficie es el humor. La obra ironiza sobre el agotamiento, no lo denuncia. No convoca a un paro general, sino que pone a una mujer a tomar sol. A su vez, hay una sugerencia de respuesta muy marcada: si la mesa de trabajo te quema las pestañas, echate a descansar. La performer de esta obra simplemente descansa sobre esa tabla que la explota (o autoexplota porque seguramente “La quemada” es monotributista, es decir, seguramente sea su propia jefa). La contraparte de esta obra sería “Ying y yang”, otra performance donde dos personas bailan y se seducen durante tres horas. Mientras que trabajar te deja tirada sobre el escritorio, pasarla bien en una fiesta, estar en una situación de levante, te despierta y te permite bailar sin parar durante horas. A la explotación laboral se la combate con discotecas y seducción.
La apuesta de esta exhibición tiene que ver con el disparate y el divertimento, más no con la queja y el malestar. Y el medio que se usa para avanzar en esa dirección es el dibujo y la performance. El humor en una especie de bidón de nafta que hace funcionar todo. Lo panfletario, entonces, sería lo opuesto; un yunque insoportable y gris que tiraría todo para abajo. La prioridad en esta muestra no parecería ser interponer el tema por sobre la imágenes –que es lo que más frecuentemente ocurre– sino hacer el camino contrario: que los dibujos y las performances formen imágenes tan intensas que caigan por su propio peso y que detrás del color saturado de los lápices, el maquillaje de lxs performers y las paredes rojas, asome el universo temático que Esborraz tiene en su cabeza. Uno de los primeros dibujos de la exhibición parecería indicar esto mismo; en él un hermoso paisaje se levanta, hasta que una bota roja hace un tajo en la mitad del paisaje con el taco puntiagudo. De ese tajo, de esa oscuridad, parece asomar todo este mundo despampanante donde lo que importa es pasarla bien. Somos todas chicas amigas.
Los objetos se puede visitar de miércoles a sábados, de 14 a 19, en la galería Piedras, Perú 1065. Hasta el 20 de abril. Gratis.
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